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miércoles, 23 de noviembre de 2022

La rama dorada y la nostalgia de la magia

La rama dorada de John M. William Turner (1834)


La rama dorada (1890-1915) de James George Frazer (1854-1941) es uno de los tratados antropológicos decimonónicos más fascinantes de la historia. El escocés Frazer empezó en el territorio de la filosofía para pasarse a la antropología comparada. En una entrada en un blog, necesariamente superficial, es imposible dar cuenta de su riqueza pero sírvanos simplemente la actualidad de este libro -que llegó a tener trece tomos- cuando hace un par de días, Aleksander Dugin, uno de los principales ideólogos de Putin y cuya hija fue asesinada misteriosamente hace unos meses, publicó en Telegram -aunque luego lo borró- que Putin debería irse -ser sacrificado- si perdía esta guerra basándose en el mito de la rama dorada. Y esto es lo fascinante porque dicho mito hace referencia al bosque de Nemi, santuario de la diosa Diana Nemorensis, donde se levantaba un árbol muy especial. Junto a él había un sacerdote y homicida que era conocido como el rey del bosque. Todo aquel que, tras cortar una rama dorada del árbol de Diana, lo retara al combate y lo venciera, heredaría el trono y quedaría expuesto al ataque de nuevos aspirantes. “Un reino ha de entenderse como la supremacía de aquellos individuos que manipulan las prácticas mágicas con mayor contundencia y efectividad”.

 

Frazer observó que el cristianismo era una cultura más, una rama cultural más entre todas las culturas de la tierra cuyos mitos eran comunes, como el de la rama dorada. En todas las culturas -occidentales, nórdicas, egipcias, hebreas, africanas, oceánicas, asiáticas...- se daban mitos muy similares que tenían su origen en el pensamiento mágico, el primero que se constituye en la historia de los pueblos y que tiene su base en el sacrificio de un rey sagrado. En el cristianismo, este rey es el hijo de Dios que es sacrificado y vuelve a renacer. Estas ideas eran muy peligrosas porque situaban al cristianismo en una posición relativa entre otras muchas culturas que tenían la misma entidad. De hecho, sostenía que existía “una sola naturaleza humana con imágenes y motivos comunes en todas las culturas, lo que socavaba radicalmente la posición de predominio del hombre blanco que entonces se creía destinado a subyugar a las otras razas”.

 

De hecho, La rama dorada se terminó convirtiendo en una contra-Biblia en que derrumba la teología ortodoxa en la que se basa el evento de la redención cristiana -equivalente a todas las demás formas de redención culturalmente humanas. E igualmente desarrolla secuencias sobre la Pascua, sobre la Inmaculada Concepción, la Natividad, el Bautismo e igualmente sobre la Resurrección... “Lo que decía era que la leyenda, el dogma y el ritual cristianos son el refinamiento de un gran conjunto de creencias primitivas e inclusive bárbaras y que casi lo único original del cristianismo es la figura de Jesús.”

 

Realmente un libro muy peligroso en el tiempo en que fue escrito. 

 

Recapitulando, primero fueron los ritos mágicos, consustanciales a toda la humanidad, y luego vinieron las religiones que se basaron en dichos rituales mágicos. La misa cristiana sería así un ritual mágico moderno que rememora el sacrificio de una víctima propiciatoria. La magia en este sentido forma parte de la psicología interna de la humanidad, y ello subsiste incluso en el tiempo de la ciencia, del pensamiento científico. Hay una energía vibratoria que conecta la humanidad a través del tiempo. “Magia y ciencia tienen en común: son técnicas de intervención, mientras que la religión consiste en abjurar de toda responsabilidad a favor de los dioses”. 

 

Robert Graves continuó con el planteamiento de Frazen en La diosa blanca(1956).

 

Mi reflexión a propósito de esto es que en el tiempo en que vivimos, el racionalismo imperante ha cortado de raíz el territorio de la magia que sería nuestro sustrato cultural profundo. Hemos perdido los rituales religiosos, fundamentados en la magia.  Proust escribió que las ceremonias en las catedrales, que ya se estaban perdiendo, eran misterios medievales representados en nuestra época. Pienso que nuestro tiempo, tan radicalmente descreído, vuelve inconsciente al territorio de la magia en pulsiones como el deporte, los nacionalismos crecientes que se fundamentan en el fuego sagrado que arde en el pebetero ancestral, cierto tipo de literatura -no olvidemos la apoteosis de la magia en una saga como la de Harry Potter, el niño mago-, la guerra en el mundo que se fundamenta en mitos antiguos y en rituales compartidos... Estamos sedientos de magia en una realidad severamente racionalista y estéril para la imaginación. Muchas de las ofertas comerciales y lúdicas que se hacen de experiencias de todo tipo hacen alusión a la magia como elemento constituyente -véase el mundo de Eurodisney-. No creemos en la magia y a la vez la revivimos de un modo u otro, especialmente cada noche en un territorio simbólico y misterioso que son los sueños, el otro lado de nuestra realidad donde se traspasan los límites racionales y donde todo es posible. Tal vez, esa vivencia nocturna haga que podamos soportar un mundo esencialmente materialista y antiimaginativo en que aumenta geométricamente el consumo de antidepresivos, ansiolíticos y antipsicóticos para poder soportar el nivel de banalidad, sin ritos mágicos, de una percepción plana y esencialmente prosaica. 

miércoles, 13 de noviembre de 2019

El acto de leer


El acto de leer es una experiencia fascinante. Supone el encuentro de dos universos: el del que lee (o intenta leer) y el del escritor. Cada uno está condicionado por sus circunstancias. El lector tiene un estado de ánimo y una edad. Lee desde su presente, que es ahora. El escritor escribió en otro tiempo que fue presente pero ahora es pasado, y de alguna manera se proyectaba en el futuro cuando sería leído tiempo después. El texto escrito funciona como una especie de espejo en que el lector proyecta su mundo interior buscando alguna seña de identidad, alguna conexión. Necesitamos sentirnos reconocidos en ese mundo escrito y que nos diga algo sobre nosotros mismos. Cuando leemos nos buscamos a nosotros mismos. El diálogo principal no es sólo entre el lector y el escritor sino que plantea un diálogo en que el lector se desdobla y se observa a sí mismo. El lector quiere encontrarse. Para ello es necesaria cierta predisposición, unida a la experiencia de la soledad y al silencio interior, digo interior porque a veces no es imprescindible el silencio físico (yo suelo concentrarme profundamente en los bares, en los autobuses llenos de pasajeros que charlan). El mundo de lector se abre a otro mundo y lo encuentra en el subtexto que le reclama y le comunica deseos, fantasías, sueños, fracasos, angustias, sufrimiento, impotencia, miedo, tal vez felicidad…
El lector ha de estar en una actitud de escucha activa, de apertura al otro, para poderse sumir en el éxtasis que nos sustrae de la realidad donde estamos inmersos. Nos abrimos a lo extraño y en ello tenemos la posibilidad de formarnos y de transformarnos. La lectura nos cambia, es una suerte de iluminación de nuestro mundo interior. Dos extraños se encuentran y siguen siendo extraños pero no del todo. El otro viene a habitarme y yo lo recibo como un invitado que llega a mi casa. Abro mi mundo para que él lo habite, y me reencuentro paradójicamente conmigo mismo.
Para disfrutar de la experiencia-espejo de la lectura es necesaria la atención de modo prioritario. Pero la atención es una capacidad que se desarrolla. El ruido la perturba. Y el ruido son los pensamientos que nos asaltan vertiginosamente impidiendo sumirnos en ese universo mágico que es el texto. Éste debe atraernos poderosamente para que nos sintamos ligados magnéticamente a él. Debe decirnos algo que ya sabemos o intuimos, debemos sentirnos reconocidos. Por eso tantos lectores aman libros que les recuerdan la vida misma. Son tan reales que parecen verdad. O atraen historias que se convierten en símbolos inconscientes de nuestra psike. Así atraen de igual modo narraciones fantásticas de vampiros. El vampiro forma parte de nuestro inconsciente. Los adolescentes se sienten reflejados en esos seres ambiguos, que forman parte de un conjunto de personajes en transición, entre la sombra y la luz.
La literatura con mayúscula –y no meros artefactos de entretenimiento que fomentan la autosatisfacción- requiere de mundos lectores complejos, abiertos a la extrañeza… No quiero decir que sean mejores o peores. No se trata de eso, sino de capacidad de apertura ante el misterio. Como el texto es un espejo, sólo podrán penetrar en él aquellos que hayan participado de paisajes semejantes. Algunos escritores, no obstante, tienen un mundo tan abierto que permite ser habitado por muchos. Pienso en la poesía de Mario Benedetti, en la de Bécquer que proponen mis alumnos, en la de Pablo Neruda. Es un hito alcanzar la transparencia y ser capaz de comunicar poderosamente. Es una labor de genio y de síntesis literaria y existencial. La alcanzan pocos.
Los bestsellers, los libros juveniles que venden las editoriales a los adolescentes, no proponen experiencias complejas. Saben que el mundo imaginativo del lector de la sociedad de masas busca lo fácil, lo conocido, lo tópico… No plantean aventuras que lleven a la extrañeza. Se alimentan de lugares comunes, de fórmulas que aparentemente funcionan o se supone que lo hacen. Pero dicha fórmula es un misterio. Se publican centenares de títulos al año que se sumen en el olvido. Pocos libros superan la prueba de sobrevivir unos años en la lista de lecturas necesarias.
Cada uno buscamos algo diferente en lo que leemos. Depende de nuestro universo íntimo que es el que está buscando algo en que reconocerse y verse reflejado. Cuando esto se consigue, por azar, la luz que entra por la ventana nos ilumina el libro, pero también nuestro rostro resplandece por el encuentro que se ha producido. El libro nos está iluminando y nosotros ensimismados nos sumergimos en la lectura viéndonos allí presentes, dentro y fuera.

lunes, 31 de diciembre de 2018

Argonautas antes del sueño




Por la noche, cuando estamos acostados, escuchando el viento que zumba en los árboles sin color, ignoramos cómo nos dormimos, pero nos dormimos, ¿no es cierto?

Este es un pensamiento que he recogido de un blog amigo y que expresa la cosmovisión de los indios crow. Me ha seducido su simplicidad y a la vez su complejidad. Intentaré explicar por qué.

Cuando uno da fin al día, apaga la luz, y se enrosca junto al cuerpo amado, tiene tiempo de oír el viento de la existencia durante un tiempo muy especial que es la transición entre el mundo de los relieves y el de los huecos. El viento zumba, la experiencia agitada del día está en mi mente, la recorro, cada día es inmenso por mínimo que parezca. No hay día insignificante o carente de ley. La vida fluye majestuosa por nuestras venas, el devenir, sea gozoso o doloroso, nos alumbra.  Cada trazo vital, cada fragmento, cada situación que vivimos, por gris que parezca, contiene la esencia de la eternidad… Solo hay que ser capaz de observar para advertir que no hay nada que no sea denso aun en la más ligera de las perspectivas. Hoy, por ejemplo, he contemplado el mar y he hundido mis botas en la arena, he paseado por el pueblo que ya no existe sino en la imaginación y me he sentado a tomar una cerveza considerando, en la foto que me he hecho, el paso del tiempo en mi piel quemada por el sol. Soy, estoy aquí. Todavía existo. Mis pies me llevan por arenas imprevistas. El sol alienta mi ser. Y el mar es contemplado con ojos que evocan al del poeta de Calafell. Luego escribo intentando reabrir el momento que  no necesariamente fue dichoso. La dicha no es condición esencial del vivir. Vivir es algo carente de sabor y de olor, carece de núcleo, es neutro, como la máscara del teatro, pero que es capaz de expresar cualquier emoción. No necesitamos gozar para ser plenos. No es necesaria una vida divertida para ser feliz. Solo es necesario ser consciente de que cada grano de arena en el reloj de nuestra vida es preciso y significativo. Y por la noche, junto al cuerpo amado, lejos de la literatura, del iPad, del teléfono móvil, y escuchando como un argonauta en lejanos mares o como indio en las praderas, el viento, su zumbido, nos adentramos en el territorio del sueño, nos dormimos, ignoramos cómo, pero nos dormimos y nos perdemos en geometrías desconocidas, en relatos diversos a los del día, sintiendo que la vida es algo más que sorprendente: es una ocasión única para aprender y tomar conciencia de nuestra dimensión entre poética y onírica. Somos artistas, solo hay que descubrirlo y oír el zumbido del viento en esa transición mágica antes de que nos durmamos sin saber cómo…

jueves, 19 de mayo de 2016

En plena sesión de lectura.


Estoy en plena sesión de lectura de las novelas cortas de mis alumnos. Es una tarea fascinante enfrentarme a estos textos que expresan la realidad existencial de estos muchachos de quince años. Tener quince años no es cualquier cosa. Son tres lustros. Dos de niñez y uno de pubertad y adolescencia. Más o menos. Tienen la niñez a flor de piel Y por eso les parece tan lejana. Pero hace un plis plas vivían en un mundo infantil. Así los recibí hace tres años cuando llegaban de primaria. La novela es un desafío de primer orden y en ella experimentan sus límites en un territorio incierto. Pienso que el ejercicio de escribir veinte o veinticinco páginas es algo importante. Mucho.

Claro que hay quien cuyas páginas están plagiadas de relatos de Wattpad. Lo detecto en seguida. Ello me produce una honda tristeza porque al desafío han contestado con un engaño feo. Podían haber hecho otra cosa si el reto les superaba. Por ejemplo, un muchacho georgiano, que tiene la materia suspendida, me ha escrito un relato sencillo pero humanamente precioso de cuatro o cinco páginas que trata de su nostalgia de Georgia, su madre y el descubrimiento del amor. Sé que no tiene un gran dominio del lenguaje pero ha hecho lo que ha podido. Sin trampas. A este muchacho lo eché de clase hace un mes por llamarme gilipollas. Fue expulsado del centro tres días, pero sé que sintió profundamente sus palabras. Tal vez había tenido un mal día. Sé que está desorientado, nada más.

No he leído todavía todas las novelas. Quiero leerlas con placer. Sentarme y disfrutar con ellas. No siempre es fácil. Es como dejarles un instrumento musical y decirles someramente cómo funciona y esperar que lo toquen bien. Es probable que todo rechine, que haya demasiada ingenuidad, que se violen aspectos fundamentales de la lógica narrativa, que el lenguaje sea demasiado pobre, que las imágenes no fluyan, que no sean capaces de comprender cuáles son las claves ocultas del relato para subrayarlas y singularizarlas. Un relato es una ilación lógica de algo que fluye por dentro. Una melodía interna que hay que saber que existe.

Andrés, el protagonista de mi post anterior ha escrito una novela de corte siniestro. Una especie de thriller sangriento. Se titula Maldad y tiene un subtítulo ¿Qué pasa cuando dos malvadas mentes se unen? También eché de clase a Andrés no hace mucho. Pero no pasa nada. Ser profesor, según lo entiendo yo, es reconocer sus posibilidades y alentarlas. En ese descubrimiento hay mucho de combate cuerpo a cuerpo, en el que pueden surgir a veces chispas. No es una edad fácil la adolescencia. Y no es fácil mi situación según la estoy viviendo. En muchos momentos siento una honda melancolía.

Acabo de leer una novelita, presentada en cuartillas en lugar de folios. Se titula Soledad. Es de una muchacha que obtuvo la máxima nota en su ensayo sobre el mundo de Kafka, el Odradek que ya expliqué aquí. Esta novela me ha dejado boquiabierto. Es exactamente lo que  anhelaba leer. Lo que no me atrevía a esperar. La obra de una joven narradora que ha escrito un relato prodigioso. Es como haberle dado un piano y que ella me hubiera interpretado un Nocturno de Chopin por pura intuición. Es un relato espléndido por el que fluye, sin estridencias, con una suavidad maravillosa, una profunda y desoladora tristeza, la tristeza que yo intuyo en esos ojos de una muchacha de quince años cuya vida no tiene que ser fácil. La he escrito dándole mi opinión de su pequeña novela y animándola a que no deje de escribir, expresarle que tiene un don. El lector tenaz que es este profesor intuye dónde hay un narrador en ciernes. Puede que esto sea un comienzo o puede que no. Quién sabe. Yo no sé nada. Pero esta experiencia ha tenido que ser iluminadora para esta muchacha. Lo sorprendente es que no es una alumna destacada por sus notas, pero alguien ha reparado en ella y le envía desde esta cápsula del tiempo la confianza en que ella vale mucho.

Otras historias: la de una muchacha extraordinariamente trabajadora que ha perdido totalmente todo lo que ha escrito por una avería en su ordenador. Se echó a llorar. Soy consciente de la pequeña tragedia. Otro ha perdido todo porque su archivo se le ha encriptado en lenguaje ascii y no sabe cómo decodificarlo. Tendrán que rehacer todo mediante su memoria.

Escribir una novela a los quince años tiene su qué. Es una experiencia inolvidable, si el que la ha escrito ha sido honesto. Y curiosamente, no tienen por qué ser las mejores las de los alumnos que obtengan las mejores notas en la asignatura.  Ni las de los que mejores notas saquen en sintaxis. Aviso para navegantes (¡¡¡¡¡¡!!!!!!!). Es un ejercicio de búsqueda de estructuras y de sentido. Puede que lea muchas anodinas, aunque las leeré con respeto, pero encontrar alguna de las que he hallado hasta ahora, ya justifica el ejercicio.


Cuando piense qué sentido tienen mis años de profesor,  quizás se me resuman en un solo texto, y llegue a pensar que fui profesor solamente  para alentar la confianza en algunos que pusieron lo mejor de sí mismos y tal vez alguno descubrió una vocación. ¿Parece acaso poco?

sábado, 7 de mayo de 2016

Carta imaginaria a Andrés


                                                 Aura Garrido, actriz de El ministerio del tiempo

No sé si leerás esta carta, pero yo la dejo aquí. A este blog le quedan dos telediarios y ya no tengo mucho que perder. Te conocí cuando eras un niño de doce años. Ahora tienes catorce o quince no lo sé muy bien. Eres un alumno peculiar de una promoción que me ha hecho revivir y volver a sentirme creativo y luchador. Había perdido buena parte de mi fuerza en el camino. Asistes como alumno a mis últimos días como profesor y los dos sabemos que hay una intensa comunicación subterránea. La hubo cuando eras un niño y te escribía mostrándote algunos haikus que había escrito. Me sorprendió el tono maduro que tenías cuando me contestabas, tono que contrasta con el muchacho festivalero y charlatán que eres en el aula. Muchos profesores opinan que eres terrible, que eres de la piel del diablo, que desmontas todo, que eres imposible. Yo les oigo y me doy cuenta de lo que oculta tu imagen externa, tal vez un sarampión adolescente que necesita ser desobediente y rompedor. Tiempo tendrás de ajustarte a la sobriedad de comportamiento en sociedad. Sin embargo, lo habrás notado, soy muy observador. Soy muy consciente de vuestras luchas íntimas, de todo aquello que está soterrado y pugna por emerger. Detrás de tu pose dicharachera y rebelde hay un creador, no sé muy bien de qué. He visto textos muy buenos tuyos y espero con delectación tu relato. Lo presiento interesante. No se trata solo de que sea bueno formalmente, sino de que la experiencia que lo fundamente sea verdadera. Que sea un documento de vuestro aquí y ahora, de vuestra potencia imaginativa y vital. Sé que la novela no es un ejercicio al alcance de la totalidad de los que estáis en clase. Pero para algunos de ellos, habrá un hito en su vida que será este relato. 

No he tenido ocasión de lanzar grandes discursos y soflamas en clase, así que mucho no me has escuchado. Pero me has seguido tal vez puntualmente en el blog y has sabido lo que había detrás de lo que hacía. Es la pasión de enseñar, el rugido del tigre antes de salir definitivamente de escena. Una vez me detuvo la policía por participar en un happening con mis alumnos. Es una historia que he contado en el blog y que volveré a contar algún día en un libro que quiero escribir que se llamará La pedagogía salvaje. Me he equivocado muchas veces. Supongo que todos nos equivocamos. Pero siempre he intentado que la literatura fuera un magma que incendiara los corazones adolescentes. Hay libros que solo se entienden en la adolescencia. En esa etapa de cambio formidable que sufrís en pocos años. Físico y mental. Dejáis irremediablemente atrás el mundo de la niñez para adentraros en el mundo adulto. La literatura ha sido el fundamento de mi vida. Desde que fui muy niño leí y leí, y sigo leyendo varias horas al día. Es un cuento infumable el que expresan algunos de que no hay tiempo para leer. Lo hay si es una prioridad absoluta el hacerlo. Si es un eje de tu vida. Has escrito que no dejarás de escribir nunca, así que colijo que tienes en ciernes una vocación de escritor. Es el momento de comenzar. Tienes un larguísimo sendero ante ti. La literatura es un fuego insaciable como lector, que es lo que he sido yo, y como creador, algo para lo que no he estado dotado salvo estas torpes entradas en un blog que pocos leen. Si quieres ser escritor, tienes un mundo apasionante dentro de ti mismo por descubrir, y habrás de agudizar la observación del mundo que te rodea. Además habrás de leer sin tregua, ir descubriendo los mundos literarios que te seducen. Hay tantas maravillas dentro de los libros, Andrés, que es difícil hacerse idea de tal riqueza. Me he pasado la vida leyendo y no he hecho sino rozar el corazón de la literatura. Todavía no he leído La divina comedia de Dante. Pero es una de las primeras obras que quiero leer en una versión bilingüe. Tienes que buscar tus modelos literarios. Descubrir a Melville y su Bartleby el escribiente, a Bukowski y su Máquina de follar, a Dumas y El conde de Montecristo, a Saint Exupery su Vuelo nocturnoEl jugador de DostoievskiLa espuma de los días de Boris Vian, la ciencia ficción, la novela negra, la novela realista, la experimental, los rusos, la literatura inglesa y francesa, italiana, alemana, la africana... El festín es de tal dimensión, Andrés, que se me ponen los pelos de punta imaginando todo lo que te queda por descubrir. Si sientes la llamada de la literatura, compagínala con cualquier otra profesión que elijas o vete a saber. No sé muy bien dónde estás y qué pretendes, pero tener claro a los catorce o quince años qué se quiere da tal fuerza y claridad de ideas que llevarás años de ventaja a cualquiera de tu edad. 

Ama la cultura, el cine, el teatro, la música, la danza, el cómic, la arquitectura, interésate por la historia, por las religiones, por el mundo antiguo, sin dejar de ser un habitante del siglo XXI en que has nacido y que verá cómo la Inteligencia Artificial será una presencia normal en el mundo que vivirás. La tecnología no es solo una distracción, es un medio de hacernos más humanos si la sabemos utilizar. Lee y lee. Sé curioso, pregúntate por el porqué de las cosas, intenta conocerte a ti mismo. Desconfía de los que te ofrezcan soluciones fáciles y cómodas. Nada que merezca la pena se alcanza sin esfuerzo. 

El año que viene ya no seré tu profesor, pero tú seguirás tu camino. Quiero irme a la India más de dos meses cuando estéis en clase. Es un viejo sueño que voy a realizar si nada se tuerce. La India es un continente espiritual, algo que ha dejado de ser Europa donde solo parece que hay centros comerciales y campos de fútbol. Me llevaré mi cámara y mi cuaderno de notas. Seguiré aprendiendo. Se aprende hasta que se muere uno. Y la muerte no es la peor ni la más siniestra de las reflexiones. La vida es extraña, da muchas vueltas, tenemos muchas capas como las cebollas. Y desde luego nada es como lo imagina uno cuando tiene quince años, pero en eso tienes un desafío por delante para irlo descubriendo. 


Cuídate.

sábado, 9 de abril de 2016

En veinte o treinta años el mundo será totalmente diferente




He visionado un par de veces la entrevista de Iñaki Gabilondo a José Luis Cordeiro, que enlazo aquí y aquí, profesor de la Singularity University ubicada en Sillycon Valley y financiada por Google y la NASA. Estos vídeos me han llegado por el interesantisimo blog Patatitas Pochas, cuyo autor es Loiayirga, profesor de filosofía en una ciudad castellana. Son vídeos de unos veinticinco minutos pero animo a los lectores a verlos porque les abrirán caminos de reflexión fascinantes acerca del futuro que se nos va a abrir en 20 o 25 años. Ahora parece Ciencia Ficción pero los caminos que la ciencia y la tecnología están abriendo apuntan allí.

En la conversación de Iñaki Gabilondo con Cordeiro se aborda una tesis que me ha dejado aturdido y es la de que en dos o tres décadas se podrá “curar” el envejecimiento y la muerte, algo que hasta ahora se había considerado como inmanente a toda especie viviente. Según Cordeiro, en los próximos veinte años se van a producir más cambios que en toda la historia de la humanidad y es perfectamente verosímil la idea de acabar con el envejecimiento y la muerte. Por lo que infiero este camino lo abren las células hasta ahora consideradas malignas que producen el cáncer, y que no mueren. Se reproducen indefinidamente mientras tienen órganos que colonizar. Se podrá hacer células que vivan eternamente. Esto unido a que se podrán cambiar órganos, cultivados con nuestras propias células y tejidos. Además en diez años se habrá conseguido abaratar el mapa del génoma humano de cada uno que hasta hace poco costaba mil millones de dólares. El coste que se prevé es de diez dólares y en dicho mapa conoceremos las enfermedades que habremos de prevenir y las tendencias de nuestro organismo que habremos de controlar. En veinte años se conseguirá prevenir el Alzhéimer y el Parkinson, así como el cáncer que al final será nuestro gran aliado.

Adelanta Cordeiro que será normal la telepatía, la comunicación inmediata de cerebro a cerebro; que nuestra conciencia y memoria se expandirá a la nube que guardará nuestros recuerdos y vivencias; se hará realidad la computación cuántica; dejaremos de matar animales para nuestro consumo puesto que “cultivaremos” la comida para producir carne artificial que tendrá el mismo sabor que la original. Los robots, con forma humanoide o no, serán normales en nuestra vida y estos poseerán autoconciencia y sentimientos. Según el entrevistado, en el parlamento de Corea del Sur se está debatiendo actualmente el tema de los derechos humanos de los robots, algo que resulta realmente sorprendente para las discusiones que se abordan en nuestro Parlamento.

Asimismo es una hipótesis que se va a comenzar en dos o tres décadas la colonización de Marte con las espectaculares perspectivas que esto abre para la humanidad.

Hay muchas más ideas en los vídeos pero me detengo aquí. La idea de la Singularity University es que se va a abrir una etapa que podríamos llamar la Post-Humanidad en que todos los factores que limitaban la vida humana serán rebasados y entraremos en otra etapa que ahora mismo se está gestando. En los próximos veinte años habrá más cambios que en toda la historia de la humanidad.

Si esto es verosímil, estamos al borde un cambio trascendental de nuestra civilización humana. Se me ocurren muchas preguntas. Alguna las plantea Iñaki al profesor Cordeiro como la superpoblación creciente en el planeta unido a que no morirán necesariamente los seres humanos. Estima este que la población mundial se estabilizará en torno a nueve mil millones de seres humanos. La colonización de Marte abrirá una salida importante para dicha población.

Todo esto parece realmente inverosímil e increíble y plantea una gran cantidad de reflexiones morales, filosóficas, políticas y religiosas. Cordeiro sostiene que las religiones que se basan fundamentalmente en el límite de la vida que es la muerte, dejarán de tener sentido, dado que esta no será inevitable.

Sin embargo, a pesar de esta posibilidad fascinante de no morir es posible que haya personas que elijan morir –será una elección- como un proceso necesario y natural, como hay sectas y tribus que se niegan a aceptar el mundo moderno y sus avances. 

Estos vídeos me han dejado alucinado porque todas son hipótesis pensables, dados los avances gigantescos en ciencia y tecnología que estamos viviendo.

Me pregunto muchas cosas, pero una para mi es esencial ¿qué significará el arte, la literatura, el misticismo para esta nueva Post-Humanidad que se hará realidad en el siglo en que estamos? ¿Qué será Shakespeare para ellos? ¿Bach? ¿Dostoievski?

¿Realmente es posible imaginar la no muerte? ¿Cómo será la vida sin ella?

¿Estamos al borde de un nuevo paradigma para la humanidad?

¿Estamos preparando a nuestros alumnos para lo que les va a tocar vivir? 



viernes, 18 de marzo de 2016

Mis alumnos son decididamente imperfectos


De la información a que exponemos a nuestros alumnos durante un curso ¿cuánta se retiene? ¿Un ochenta por ciento? ¿Un sesenta? ¿Un treinta? ¿Un diez? ¿Un cinco por ciento? ¿Nada? Multipliquemos la información que damos por ocho o diez materias todas importantísimas. ¿Se puede procesar toda la información, incluso siendo un alumno ideal que estudiara seis horas diarias después de las clases? ¿Qué tipo de alumno sería este? ¿Tendría tiempo para leer, para pensar, para ser, si se dedicara con ahínco a estudiar sin límite cumpliendo a la perfección con todas las tareas encomendadas? Pero nuestros alumnos no son así, al menos los míos no lo son. Reconozco su imperfección para ajustarse al modelo que anhelamos todos los profesores, como una especie de superhéroe de los docentes pero, a la vez, profundamente insatisfactorio. Lo habitual es que tengamos alumnos con circunstancias distintas, con procesos mentales que provienen de una evolución intelectiva peculiar, con mayor o menor memoria, con mayor o menor capacidad comprensiva, con más o menos interés, con mejor o peor disposición emocional, con problemas personales o familiares, económicos, anímicos. El resultado es que nuestros alumnos son imperfectos, no responden a un canon de ningún tipo. Pero lo fascinante es que son interesantes en su imperfección. Y con esa imperfección, unida a la nuestra propia, es con la que debemos trabajar.

Estoy convencido de que el profesor que fui en otro tiempo que quería embutir cada día cien unidades de conocimiento a ritmo acelerado para cumplir el programa, para satisfacer mi ego y sentirme exigente, hoy no tiene sentido para mí. He oído hablar del Slow Learning pero hasta ahora no me daba cuenta de que yo lo estoy practicando al desarrollar la lengua y literatura, no en cantidad de unidades de conocimiento sino en profundidad. Crecimiento hacia abajo y hacia arriba y no en número de kilómetros alcanzados por decirlo en alguna manera. No seremos maratonianos sino alpinistas y espeleólogos. Me gusta esta idea que lleva a ahondar o escalar. El conocimiento es infinito. Su vastedad inabarcable. Pero si conseguimos que un porcentaje significativo de jóvenes se enamoren del conocimiento como mecanismo para comprender sus propias vidas, eso será un hito irrenunciable. Y esto es lo que me interesa. Quiero que se hagan preguntas, quiero que vivan experiencias únicas. Quiero que mediante un ritmo pausado, lento tal vez, utilicen el lenguaje como medio de autoconocimiento. Quiero que la literatura con mayúscula entre en sus vidas. No busco violentarles, ni forzarles a aprender. Mi clase más que un gimnasio o una pista de pruebas es un parque con glorietas, con jardines, con estanques, con fuentes, con rincones, con bancos para charlar donde se expresa la fuerza de su adolescencia impetuosa y el profesor es un visionario que mira lejos y hacia dentro. Sabe que no importa la cantidad sino la hondura y el ritmo es incierto. Cada uno tiene su ritmo. No puede forzarse algo que es fruto de la evolución individual. Pero hay que aderezar el proceso con gotitas de magia y un aprendizaje en espiral o tal vez concéntrico. Los centros de aprendizaje hay que estimularlos. Se aprende por intuición no por repetir sin saber qué se dice. Hay un momento en que uno se da cuenta de que las cosas adquieren sentido. Hay un momento en que se unen el significante y el significado, y ese instante es iluminador. Si no, recuerden la escena de la película El milagro de Anna Sullivan. Tras una lucha denodada de la maestra Anna Sullivan con su alumna sorda, muda y ciega para enseñarle un método de lectura, y cuando todo parecía caminar al fracaso, Helen Keller une el significante A-G-U-A al líquido que tiene entre las manos. Pocos momentos hay más maravillosos que ese para un profesor. Pero para ello debe haber una maduración que puede ser inducida, pero nunca está garantizada. Anna Sullivan estimula la disciplina de su alumna, perdida en la condescendencia de su familia. En cierta manera la violenta y hasta le da alguna sonora bofetada, pero eso no es suficiente. Como bien saben mis alumnos, taumaturgo es un hombre (o mujer) que hace milagros. Ese milagro del conocimiento es un proceso inducido, pero no hay marcas que cumplir. Es rápido o lento. O tal vez no se produce. Pero es rigurosamente individual. Nada hay que me reconforte más que ver alumnos siguiendo su propio camino, intuyendo que detrás de sus palabras hay densidad y progresiva hondura. Leo sus textos intuyendo ese despertar a la conciencia para la que necesitarán las palabras y la búsqueda de una suerte de armonía consigo mismos. El profesor les ofrece algo que es fruto de su propio aprendizaje. No les está ofreciendo algo externo a su vida. Es su propia vida, estilizada, depurada, como en un proceso alquímico. No se trata de vivir en el exterior del conocimiento sino en su interior. Es a lo que he llamado como concepto la Ex-fluencia como alternativa a la In-fluencia.

Hay centros de conocimiento que deben ser subrayados. Como un gong que hiciera vibrar los espíritus, repetida, rítmicamente. Soy profesor de lengua y literatura. Y hablo de lengua y literatura, pero como mecanismos fundamentales del ser humano para comprender. Y comprenderse. De ahí proyectos como el Odradek y la novela que deben escribir de más de veinte páginas. De ahí la lectura de relatos de Kafka, culminando en La metamorfosis que hemos empezado a leer hoy. En esa transformación de Gregorio Samsa está expresada la suya propia. La de una adolescencia, que es una de las etapas más dolorosas de la vida –si no, recuerden la suya propia-, en que se están transformando en algo que no comprenden, en una especie de insecto –muchas veces se sienten así- que goza y sufre alternativamente.

Lentitud, ¡qué bella intuición! Un largo recorrido se comienza con un paso, y otro, y otro, hasta que adquieren sentido y ese instante es el que profesor y alumno se miran y se sonríen con satisfacción compartida.

Pero entonces es la despedida.



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